De origen latino, “fascia”, significa “banda”. Diferentes autores desde el siglo l hacen referencias ya a este tejido: Celso, Galeno, Vesalio… hablaban de membrana, vaina, o tejido celular subcutáneo.
Actualmente, se define la fascia como “aponeurosis o expansión aponeurótica”, y la aponeurosis es “la membrana fibrosa blanca, luciente y resistente que sirve de envoltura a los músculos o para unir éstos con las partes que se mueven”
Es un tejido conectivo que mantiene el cuerpo unido dándole la forma que tenemos, envolviendo los tejidos, sirviendo de suspensión a los órganos, ofreciendo apoyo y movimiento a estructuras como los nervios y los vasos sanguíneos, formando una red que de manera ininterrumpida controla el cuerpo.
Ésta puede encontrarse en tensión o estar distendida, estar restringida (debido a traumatismos, posturas adquiridas, cicatrices, inflamación o procesos metabólicos) impidiendo un correcto funcionamiento del conjunto de sistemas y órganos.
Anatómicamente, encontramos la fascia superficial, que se encuentra adherida la piel donde está también el tejido adiposo (grasa) integrado en su estructura, y continúa hasta la fascia muscular, que es la fascia profunda. La fascia profunda rodea y da forma a los músculos (miofascia, que forma tendones y ligamentos) como la fascia plantar, y a las vísceras (viscerofascia) como la fascia de coalescencia (peritoneal).
Además de éstas, las fascias con “Nombre propio” que encontramos y conocemos son las meninges: duramadre, piamadre y aracnoides, membranas que desde el cráneo conectan con el sistema nervioso periférico, forman parte del puente miodural y del sistema creaneosacro.
Histológicamente, como tejido conectivo que es, la fascia está compuesta de células (fibroblastos, macrófagos y mastocitos entre otras) y la matriz extracelular (elastina, reticulina, colágeno y sustancia fundamental). También, como tejido conectivo, responde al principio de Starling (ley de la microcirculación: La cantidad de líquido que pasa desde los capilares al intesticio es sensiblemente similar a la que el intesticio devuelve a la sangre más la que extraen los capilares linfáticos.)
Este principio responde a estímulos mecánicos, pero al alterarse la calidad o cantidad de movimiento de los tejidos, se altera el proceso de transporte y es cuando pueden aparecer disfunciones en la fascia por la incorrecta nutrición de los tejidos.
Por otro lado, la hiper o hipomovilidad provoca cambios en la estructura del colágeno, lo que puede hacer también aparecer restricciones en la fascia.
La fascia organiza y separa cavidades del cuerpo revistiéndolas, protege al cuerpo y absorbe los impactos. Profundizando, mantiene suspendidos ciertos órganos como los riñones, actúa como sostén y soporte, ayuda en la cicatrización por la producción de colágeno, comunica cambios a nivel nervioso y bioquímico, regula la temperatura corporal (en ella se encuentra el tejido adiposo), mantiene la postura del cuerpo, mantiene el bombeo circulatorio y sirve de defensa contra la presión mecánica externa como golpes, o interna como procesos inflamatorios.
La estructura fascial responde al movimiento y lo transmite, principalmente a los movimientos de compresión y estiramiento (en estos movimientos se basan las técnicas de inducción miofascial). El recorrido de la fascia es ininterrumpido, y cada contracción muscular moviliza el sistema miofascial, y una restricción miofascial puede afectar al correcto funcionamiento muscular. Las estructuras mecánicas pueden afectar al funcionamiento neurológico y viceversa.
La fascia es viscoelástica, es decir, responde a estímulos pequeños a lo largo del tiempo, no es necesario un gran traumatismo para “crear una tragedia”. Malas posturas prolongadas el tiempo, además de traumatismos directos con su correspondiente proceso de cicatrización, lesiones “químicas” (procesos de acidificación, mala hidratación, desequilibrios bioquímicos…) y trastornos emocionales (miedo a movernos, ansiedad, enfado…) son las causas de una disfunción miofascial, que cursa con restricciones en el sistema fascial, provocando cambios en el resto de los sistemas.
El tratamiento busca eliminar las restricciones y reequilibrar el organismo. Podemos utilizar técnicas superficiales (deslizamiento en forma de J, transverso o longitudinal) o profundas (manos cruzadas, planos transversos, técnicas telescópicas, balanceo de la duramadre).
Antes de aplicar las técnicas, debemos de realiza un buen diagnóstico de fisioterapia basado en la anamnesis, utilización de pruebas ortopédicas Y evaluando previamente el tejido (temperatura, humedad…) para elegir la técnica más adecuada.
La formación en Terapias de Inducción Miofascial es bastante específica y avanzada, de ahí que no profundicemos más en este artículo. Durante el primer nivel se estudian técnicas estructurales, en el segundo nivel globales, en el tercer nivel técnicas integradas, y después existen tres niveles de avanzados: inducción craneofascial, inducción viscerofascial e integración somato-sensorial.
La formación de los dos primeros niveles puede realizarse en tres escuelas en España: IACES, Escuela Universitaria de la ONCE, INSTEMA y TUPIMEK (Escuela de terapias miofasciales), todos ellos organizados e impartidos por su creador Andrej Pilat y su equipo. El tercer nivel y los niveles de especialización sólo se realizan en Tupimek.
Bibliografía: