La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) es un enfermedad neurodegenerativa que predomina en la población adulta entre los 60-70 años (1,2). La ELA puede ser de origen familiar o esporádico, con una prevalencia del 5-10% y del 90-95%, respectivamente (3). Los casos cuyo origen es familiar suelen estar relacionados con mutaciones en genes concretos mientras que los casos esporádicos, por lo general, presentan una etiología multifactorial (4). Asimismo, Lopez-Vega JM y cols., y Zarranz JJ, estudiaron la incidencia de esta patología observando que aparecía aproximadamente en 1- 3 casos por cada 100.000 habitantes (5,6).
Actualmente, sabemos que dicha enfermedad debuta con una pérdida progresiva de la fuerza muscular y de la movilidad, así como posibles afectaciones posteriores de la comunicación, la alimentación e incluso de la respiración (7–12). Estos complejos cambios que van sufriendo los pacientes de ELA durante el curso de la enfermedad hacen que presenten un mal pronóstico, con una media de supervivencia que parece estar relacionada en cierta medida con el índice de masa corporal (IMC) de dichos pacientes. Investigaciones recientes han observado que aquellos con un IMC inferior a 30 o superior a 35 generaban un índice menor de supervivencia que aquellos con un IMC entre 30 y 35 (13). La teoría que proponen los estudios es que una masa corporal mayor puede resultar un factor protector en la ELA puesto que la enfermedad cursa con una pérdida de peso importante por disminución tanto de la masa muscular como de la grasa corporal (13,14). No obstante, los estudios no concluyen de forma tajante que un IMC excesivamente alto sea beneficioso en esta patología (13).
A nivel neurofisiológico, el problema reside en la afectación del sistema nervioso central (SNC) debido a la degeneración y la pérdida selectiva de las neuronas motoras que se encuentran en la corteza cerebral, la médula espinal y el tronco del encéfalo (1,2). Hay una alteración conjunta de la motoneurona superior y la motoneurona inferior que lleva no solo a la debilidad y atrofia comentada anteriormente, sino también a la presencia de fasciculaciones y espasticidad (4). Además, se caracteriza por la disminución de fibras mielinizadas de los nervios periféricos, la degeneración aguda de los axones y atrofia axonal a nivel distal (2).
A pesar de que la patogenia de la enfermedad de ELA todavía no se ha especificado de forma más concreta, distintas investigaciones han visto a lo largo de los años que en la ELA se dan alteraciones en diferentes niveles celulares. Riancho J y cols., en su artículo de 2015 han resumido de forma clara dichas afectaciones (15):
Figura extraída del artículo de Riancho J y cols.
Hoy en día, seguimos sin conocer la cura de la ELA, por lo que los tratamientos van dirigidos a controlar síntomas, retrasar su progresión y mejorar la calidad de vida de los pacientes. Esto se debe llevar a cabo con enfoques multidisciplinares debido a que estos pacientes van desarrollando afectaciones en diferentes áreas según la evolución de la enfermedad. Los profesionales expertos que debería incluir un buen equipo multidisciplinar dedicado a abordar la ELA, son (21):
Por su parte, la fisioterapia en la ELA debe trabajar principalmente con ejercicios de fuerza y movilidad, así como la marcha y el alcance y manipulación de objetos.
Resulta de vital importancia que como fisioterapeutas controlemos las dosis, puesto que los pacientes se fatigan con facilidad. Por este motivo, actualmente ha tenido un auge la hidroterapia en ELA. El medio acuático ofrece unas condiciones perfectas para que el paciente pueda realizar los ejercicios establecidos con mayor facilidad, relajación y mayor dificultad para alcanzar la fatiga (22,23).
Por lo general, los ejercicios en agua orientados a la rehabilitación neurológica, permiten aumentar la circulación sanguínea, la fuerza muscular, la elasticidad articular y el rango de movimiento. Por otro lado, conducen a la mejora de la marcha reduciendo el riesgo de caídas, la coordinación y la capacidad cardiovascular y respiratoria gracias al ambiente húmedo. Del mismo modo, hay que resaltar la posibilidad que ofrece el agua de reducir el dolor, la rigidez o el espasmo muscular (24–26).
También debe considerarse la posibilidad de realizar fisioterapia respiratoria en dichos pacientes, ya que la afectación respiratoria es uno de los síntomas que muchos acaban desarrollando según evoluciona la enfermedad. No obstante, la literatura actual no parece contar con muchos estudios donde el entrenamiento respiratorio haya generado mejoras en los pacientes (7,10,11,27). Por ello, sería interesante continuar investigando en esta línea con el fin de concluir si esta terapia puede tener algún beneficio significativo o no para pacientes con ELA.
Post de nuestra colaboradora Marta Díaz Sáez ( twitter: @94Martads)
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6. JJ. Z. Neurología. 4.a ed. España S. E, editor. Madrid; 2008. 920 p.
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